LOS PILOTOS DE AC50: MAURIZIO VETTOR

304 vueltas.
¡Trescientas cuatro! ¡300! ¡4! ¿Está claro?
Me llamo Maurizio Vettor y estoy orgulloso de esta cifra.
De hecho, estas tres cifras representan el número de vueltas que he conseguido dar con el AC50 en un solo día de pruebas, a lo largo del sinuoso Circuito de Castelletto.

Una cantidad de kilómetros inesperada, en cierto modo, loca, absurda.

Trescientas vueltas y pico. Una cifra absolutamente fuera de escala para todos los aspectos implicados: temperaturas, pesos, volúmenes, pista, incógnitas, fatiga física y mental.

Treinta. Me atrevería a decir, ¡cincuenta vueltas! Ése era el número que todos esperábamos en total, aunque, en el fondo, sabíamos que un proyecto excéntrico como el AC50 era perfecto para incluirlo en el almanaque de los retos excelentes: aquellos, para ser claros, que debido a una extraña y misteriosa mezcla de componentes, independientemente del tema, la duración, lo que está en juego, liberan endorfinas épicas, un momento tras otro. En resumen, el tipo de retos que, incluso antes de darse a conocer oficialmente y revelarse al gran público, han generado muchos otros.

Y así fue aquel día, después de ver que la tabla de vueltas llegaba a 50, me deslicé involuntariamente hacia una nueva dimensión y conmigo todo el equipo presente. La dimensión de los retos dentro de los retos, los imprevistos. “¿Llegaremos a 70? ¿Intentamos llegar a 100? ¿Llegaremos a 150? ¿Intentamos 190?” Y así sucesivamente. Llegamos a 304.

Pero empecemos por el principio de la historia.
Oí hablar del AC50 cuando no era más que un boceto en una hoja de papel, y para alguien de mi profesión seguir todas las etapas de un proyecto es sumamente gratificante. Si además te ofrecen la oportunidad de supervisar la validación del vehículo, su desarrollo dinámico (en la pista y en la carretera) y conducirlo en un intento de conquistar un récord mundial, entonces te das cuenta de que lo mejor está aún por llegar.

La belleza también conlleva fatiga física: frío extremo, calor extremo, sabañones en los dedos y sudor. Y así, 304 da paso también a 1500, los kilómetros de pruebas de resistencia en carretera a través de un bucle de 100 km que se extiende entre los valles bergamascos y el lago de Iseo.

Se trata de una experiencia muy valiosa para mí, tanto a nivel profesional como humano. La posibilidad de desarrollar un vehículo, de poner a prueba mi físico y mi mente, de trabajar en un equipo de profesionales, son el combustible de esta reacción mágica llamada ¡desafío! ¿Cincuenta? No, no, empecemos a escribir la historia: ¡que sean 304! ¡Trescientas cuatro! ¡300! ¡4! ¿Está claro?
Me llamo Maurizio Vettor, en la vida soy periodista, piloto, probador, tengo hambre de experiencias extremas y visionarias, pero sobre todo estoy orgulloso de este número: ¡304!